Para Ana
Lucía Fierro Veintimilla,
I
Extraño la
juventud de tu sonrisa,
el embeleso
de tu gracia plena,
la naciente
esperanza y la sumisa
copa que se
desborda y que se llena.
Extraño de
tu pie la huella fina,
la brisa que
al besarte se disuelve,
tu abrazo de
ternura en mi rutina,
el encuentro
de amor, que nos envuelve.
Te extraño
cuando el día está naciendo,
o en rápido
fulgor el sol nos quema;
te extraño
en soledad… Alas batiendo,…
por alcanzar
tu nombre: Primavera.
¡Te busco en
el presagio de mi pena!...
II
En el cuerpo
del mar se enerva la onda,
y encajes
teje la caliente arena.
En la
corteza terrenal redonda,
de luz se
nieva la montaña ajena.
En tu piel:
grácil mar, arena y onda
asoma un par
de lunas: blando sello.
Es casi un
recorrer de playa y fronda
ante el
astro abisal, y su destello.
Tienden las
manos para el himeneo
quienes se
funden por amor cual cera.
Se dan los
brazos … Cúrvase el deseo…
Orfeo
arranca su canción. Y espera
que se
aquiete en silencio su apogeo:
III
Tu latitud
de amor blande mi espada,
airosa y
sitibunda contra el lirio.
Tiene una
sed vital de madrugada.
La sigilosa
altura de algún cirio.
Gusta de ver
caer mi desojada
rosa de amor
tallada en el martirio.
Gusta sentir
el huerto en perfumada
quietud de
junco, embriagador colirio.
¡Tu lasitud
amor, hoy distanciada,
asoma con el
tiempo enfebrecida…!
Tu resuello
de luna desdoblada…
¡Y el fuego
en que se quema adormecida
la mariposa
azul de la alborada…,
en vibración
de amor, cubre la herida!
IV
Gusto
brindar el mar en mi ternura,
al vuelo
indefinido de los astros.
Mi
transparente abeja de dulzura.
La cera de
mi amor. Tus alabastros.
Gusto sentir
el sol de tu caricia
sobre la
arena en réplicas oleadas.
Orillando el
confín de la delicia.
Transformando
el amor en marejadas.
Te vi
palidecer, luz liberada,
copo de
cruda miel en la distancia.
Te presentí
nacer: trino,… alborada…
Canto de
flor herida en su fragancia,
respuesta de
la piel polarizada.
¡De mi
sangre copón!… ¡Sol de mi estancia!
V
No quisiera
pensar que hube deseado
tocar tu
bello talle, cual mendigo:
si soy
origen, fuerza de tu nado,
la redondez
del mar, tu puerto amigo.
Soy la estatura
del más alto vuelo,
guardando
soledad, sombra y ternura…
Pretendo que
a tus pies se postre un cielo,
el águila
crucial de mi estatura.
Tal vez
alcance de mi amor la vera
aquel vivo
esplendor de las estrellas.
Quizá te
enciendas blanda luz y cera.
Quizá tu
altiva sed de llama trunca
exija otro
lugar. ¡Pero en aquellas
VI
Yo no te
exijo abrir mis venas de hombre,
crisálida
extenuada en primavera;
te di el
amor que levanté en el nombre
de lo que es
más amor y es más espera.
Te quise
despertar, del vago sueño,
con la
caricia desvelada e inquieta
que da mi
corazón –prendido leño-,
al tiempo
impostergable de cometa.
Y en ese
vaivén,… tu estampa fina
se acurrucó
cordial sobre mi mesa.
¡Fue canto y
luz. Un vuelo en mi retina!...
¡Fue
contorneada fruta, no gusano,
gritándole
al silencio su sorpresa…!
VII
Nada más
conveniente a la mañana
que un
colibrí, tajando viento y frío.
La soledad
golpeando mi ventana.
El río, el
viento, el colibrí: mi hastío.
Se puede
caminar en el desierto.
Irse a la
mar. Rociarse de embelesos.
Convidarse a
partir de puerto en puerto.
Privarse en
la delicia de otros besos.
Se puede
reposar de algún cansado
pasaje, en
el recuerdo de tu frente…
Tus ojos
mielan luz. Mas, de repente
todo se
vuelve bruma y desolado
paraje, sin
color y sin aliento.
VIII
Yo te obligo
pasión a que me retes,
en esta
noche larga como el día.
Adéntrame en
tu escudo y los arietes.
Lanza mi alma
al seno de tu orgía.
Te convido a
pasar como enredados
en la magia
aromosa de otros brazos;
en ese azar
de naipes y de dados;
en el calor
de los ajenos lazos.
Te invito a
rescatar mi ardiente fuego.
A libar por
amor; y abrir la puerta.
Te invito a
bienvivir y en palaciego.
¡Todo mi
ardiente amor de amor hoy danza
con el aroma
que estalló en el huerto,
para tu
estuche de apretada lanza!...
IX
Entera forma
de agotar la vida,
ésta de amar
atado a la distancia.
Bisectriz
del dolor. Causal herida.
Desvanecido
copo de fragancia.
Este morir
por tu cimbreante arcilla,
es bien
nacer en apretado grito.
Mar
confidente de su propia orilla.
Fuente de no
acabar en que me agito.
Esta
franqueza de esperar pausado
buscando tu
cintura y tus pupilas,
puede
extenuar de alturas tu costado.
Pero está
bien amor si tú vigilas
el puerto de
la ausencia y su recado...
X
Te quiero y
que lo sepas no quisiera
cuánto de
grande es la pasión que alientas.
Tengo el
temor del cántaro en espera,
la trizadura…
si se toca a tientas.
Te ama mi
corazón calladamente,
pero
explosivo el gesto se desvela.
Sigilosa mi
voz buscó tu fuente.
Mi corazón,
amor, se descongela.
Si abrazas,
en tus brazos hallo el punto
que busca el
hombre en torno de su huella,
activo en su
brillar y en contrapunto.
Si miras al
hablar tu voz exhala
una suma de
aromas a la estrella:
XI
Suple tu
ausencia el sol, la rosa, el viento;
se muestra
la soledad mi compañera;
y en el
murmurio del arroyo siento
tu voz
cercana a mí, sombra que espera.
Luces divina
esposa y ascendente,
sin galas,
sin detalles, sin dilemas.
Ritmas bajo
la espiga un continente,
en un
callado despertar de gemas.
Si llegas no
te vas de mi recuerdo,
y permaneces
grímpola atizada.
Fruta de
dulcedumbre en que me pierdo…
Perseveras
ritual como extasiada,
en un sutil
dorado, un poco lerdo:
XII
Quítale el
cauce al río y viaja incierto:
líquido que
se ajusta en cada grieta.
Derrame de
mi sangre. Vaso abierto.
Pozo de
ausencia. Transitar y meta.
El fuego de
azahar, no es advertida
fulguración
de ocasos en mi puerto.
Juan
Salvador Gaviota -luz herida-,
redime con
su altura el mar desierto.
No has de
ser menos, gratuidad de ala,
para el
bosque asombrado de espesura,
si el
corazón, de ti, mi aliento exhala…
¡Quítale el
fuego herido a mi ternura!
¡A la
gaviota entrégale su ala!
XIII
Arca de no
sé qué fruto escondido;
alta cometa
en pugna de horizontes;
tenso cordel
que ata lo perdido
los vuelos,
mi corazón, los altos montes.
Su órbita
espacial de nueve giros,
su antena
matinal de azul gimiente,
su elíptica
extasiada en mil suspiros
se acerca
memorial: tierra y simiente.
Se acerca
como un sol por el oriente.
Se virtualiza,…
entre tus manos mías.
Se torna paz
y luz, ritmo creciente…
Se vuelve
amor y pan, turgente espiga,
en la
advertida estancia de los días…
XIV
Siento que
mi alma lejos te persigue
por esas
calles que cruzamos juntos;
como
queriendo que una sed nos ligue;
engarzándose
en luz, lunas y puntos.
Tiento a
tomar tu mano en la imprecisa
ruta que
sigues, soledad que espantas;
se puede ser
guardián sin ser abscisa;
y a tu lado
ser sombra que levantas.
Se puede ser
un vuelo en la distancia,
cuestión de
pensamiento, sin fatiga,
y un alto
remolino de fragancia…
Por eso sé
que mi pasión te alcanza
y abraza mi
corazón tu fina espiga…
XV
En cada cosa
amor, en lo que miras,
en la humedad
del cuarto y su ventana,
en la sombra
del patio donde aspiras
la soledad
serena y la mañana…
En la calle
apretada de gentío
colmada de
recuerdos y costumbres,
en la ruta
fugaz del viento frío,
en un regazo
diáfano de cumbres…
En todo
estás amor, surge y surgiendo,
diafanidad
de esquirla luminosa,
grímpola
pura en el azul latiendo.
Estás dentro
de mí, maravillosa.
Espíritu de
amor convaleciendo.
XVI
Cómo no he
de confiar en tu substancia:
ángel, amor,
mujer, esposa mía;
si eres la
flor ungida en su fragancia;
la intimidad
desnuda en pleno día.
Cómo no he
de extrañar tu talle suave
de talco y
primaveras poseído,
si eres
liviana espuma, canto y ave;
la música
temprana de mi oído…
¡Cómo no ser
el llanto en el recuerdo,
si estás
distante amor, como el rocío,
si en tu
vientre mi sangre a paso lerdo…
…avanza y
resucita y siente frío!
¡Cómo no
amar amor tu ágil recuerdo!
XVII
Dame a beber
tu vino bella esposa;
entrégame tu
tiempo y tu cariño.
Dame de tu
sonrisa deliciosa
la miel de
la ternura como a un niño.
Tiéndeme de
tus brazos todo el aire
que
aprisionó tu cuerpo tan distante.
Déjame que
el silencio no desaire
todo el
inmenso amor, puro, anhelante.
No permitas
que atenten tu alegría
contra mi
corazón desesperado.
No permitas
herir nuestra armonía.
Rescátame
mujer entre la sombra
donde
anochezco, fuego desvelado:
XVIII
Eres parte
de todo lo que admiro:
emanación de
la virtuosa rama
que se
trasunta en flor, en fruto, en giro
en destello
y ardor de roja llama.
De mi sueño
eres parte indispensable:
semilla de
oro, proyección altiva;
porque si
fugaz te haces inmutable,
porque si
vienes, luces fugitiva.
Qué hermoso
el sueño donde tienes parte.
El beso, el
tacto, el juguetear de un niño.
La réplica
fugaz, el bien de amarte.
Pero si
escapas sin querer del sueño
en soledad
me agito; y sin cariño:
XIX
No conversar
contigo, es un gemido.
Una
explosión de amor que se detiene.
Una luz que
se anhela y que no viene.
La
mansedumbre de un pichón herido.
A mis oídos
si tu voz se acerca
estremece un
tintero de alegría:
la esperanza
es un tinte bajo el día,
y rompe el
corazón su oscura cerca.
No es
habitual la rima de mi verso,
cuando a lo
lejos y de lejos llega
la suavidad
volante de un scherzo…
Casi asombra
tu voz cuando se entrega
en satinadas
áureas, donde inmerso
XX
Si eres
hermoso amor,… todo es perfecto,
perfecto el
pensamiento que te impacta.
Tal la madre
del hijo algún defecto
oculta y en
su entraña lo retracta.
Ser de tus
finas galas extasiadas
el punto
realidad de la existencia,
ese ha sido
el afán de las aradas,
y el faro de
tu amor mi grata herencia.
Contigo, ser
arcilla que se funde
y al
fundirse se encumbra en cada estrella:
esa es mi
ruta de hombre que no se hunde.
Este cardo
adherido en mi costado,
quiero
esquivarlo, de tu fina huella:
Alfredo
Jaramillo Andrade: “EL HOMBRE QUE SOMOS. Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana,
“Benjamín Carrión”, Núcleo Provincial de Loja. 1980, Págs. 198-213.