Francisco Eduardo Andrade Jaramillo








Ni más / ni menos…:

Debemos encontrar en el latido
la manera eficaz de imaginárnoslo:


-¡Tan fuertemente acotado a la angostura del mundo!...
-¡Como erigido monumento al trabajo tesonero
y al esmero / de su insaciable pulcritud!...


Francisco Eduardo sobresale nítidamente
entre los millones de hombres que han honrado
con su esplendor y vuelos a la Humanidad,
desde la más remota
                  pulsación del tiempo. Digo:
desde el comienzo razonable de la criatura terrenal.






Junto a la cálida memoria de los detalles infantiles
se remonta su pasado de roca y savia juntas,
de pedernal y luz, de obsidiana y tiempo,
de estratega vigente y valeroso
contra las vacilaciones y las tormentas.


Este gran Capitán de frente limpia
               y timonel seguro
se nos echa a bogar
entre las encrucijadas del dolor ajeno.


Quiere destronar la frugalidad de los vientos
con su corazón de padre y de profeta.
Lucha contra las tempestades a brazo partido
                y a tiempo completo,
sin dobleces ni genuflexiones,
                genuinamente, solo,…
para evitar que aborden dolorosas tentaciones
o naufraguen las frágiles naves
                 de una aurora inicial.


(Yo mismo fui un desastre de preocupación
tenebrosa en su sueños de Hombre)…


Y este Gran Señor,
este faro encendido en pleamar
para cualquier navegante y sus posibles
travesías de infinito,
se erguía redentor invicto
frente a las constelaciones.
Desdoblada la soledad de los escaparates,
donde crecían luceros de esperanza.
Insinuaba en sus predios de panales salvajes
la germinación de una realidad insólita
pero magnánima,… en su habitual digresión:


¡Era una voluntad capaz de hacernos soportar
los obstáculos más tenaces,
a fin de sostener como columnas recias
un imperio gozoso de ideales esbeltos!





A Francisco Eduardo le persiguió
-como una cántara abisal
                          de bienhechora luz-
la suerte de servir a los humildes. De cobijarlos
bajo su temple. De aminorar
las temblorosas dudas:


-¡Tan humanamente dado es!
-¡Tan serenamente justo
y arbitral, decisivo, Es
en este juego monótono de la existencia!...


Me pregunto si el sitio donde caló su voz
                 alumbra todavía
la sentencia dulce del amor a la Vida…


Me pregunto si el tiempo ha quizá destinado
una sangre de soles perdurables
               a su actual estatura…


Y me alegro de que sea así.
porque al hombre bueno
hay que mirarlo desde el mismo punto
de su bondad inquebrantable.


Porque a un patriarca, como Francisco Eduardo,
el mundo le debe su comprensión
y caballerosidad:
¡Su tajante gallardía de cóndor
de alas poderosamente desplegadas
en el alto jirón del universo!...
Mi alma familiar y yo
estamos percatados
de la pujante gran compensación que tiene
un auténtico sabor de ventura
en el hogar de la paz:






…¡En su cálido hogar de esposa e hijos,
de hermanos de gavillas
e indecibles cosechas de ternura!...


Y pienso que su lágrima jamás podrá esquivar
la serenidad de los abrazos,
ni el torrente silencioso de los atardeceres
que redimió su entraña sensible para siempre:
despierta y sustantiva,
atenta, cual ramaje florecido,
ante la más pequeña manifestación de otro ramaje.


Su palabra alentadora nos encumbra
al ideal más próximo…;


¡Digo que el verdadero don de su alta flama
es encender corazones
y quedarse intacta,
saboreando la posibilidad más candorosa
                          de morir
                          en la otra llama!...


Es el don de la Vida satisfecha
de mantenerse incólume…: girando alrededor
posiblemente, de las cosas sencillas.
Dispuesto, sin embargo, a separar
                        de nuestro entorno
los abrojos y los inviernos
crudos… Y, en su cambio:
provocar una eclosión primaveral
de elevados sentimientos.


Lo atestigua la historia de sus nueve décadas.
Porque no hay imposturas
para su amor y su nobleza espiritual:
¡Ama lo que siente!... ¡Y siente lo que vive!...


(Por ello se satura de esplendoroso fruto
       su mano amiga y generosa, firme;
y trasplanta tesoros de igualdad y humanismo,
tras la abundancia de las caracolas
        y los cálices de oro de su dulzura)…






Yo siento cuán sereno
es el campo de su alma impertérrita,
y cómo es que por su tilde orienta
nuestra imagen propulsora
de sueños indelebles y energías suntuosas,
y cuánto tonifica su presencia
que pulimenta auroras al despertar
                                    y cantos
que nos reparte sin mirar a quien.


Yo sé que este gran Hombre,
Capitán de tierra y aire
de fuego y agua transparente,
surcó los océanos cuando todavía
las mareas hacían
      peligrar nuestra consciencia…:


Tocó por un momento
la isla de nuestra soledad,
      expedita en definir al diáfano color
      de la orfandad y la inocencia.


Y se quedó de guardia permanente.
Sin pronunciar una palabra
que pudiera trizar nuestro endeble silencio:
…Abriendo con su ancho y claro mirar
los horizontes precisos.
…Imprimiendo una suerte de recuerdos seguros
                eso sí, como si fuese hoy.
Y armado de abundancia impostergable
                  su corazón,
                  como si fuese siempre.





A Francisco Eduardo no le asombra por ello
la iniquidad de los vendavales en sus puertos.
(Mantiene a su favor una orquestación de ángeles
que derraman canciones
para su savia íntima…)


En este honroso adentro residencial suyo
supuestamente puede hospedarse para siempre
                          y sin embargos
lo granado del cielo…


Su casa es un capítulo y un descanso de Vida.
Su espíritu nos envuelve a grandes y pequeños
como un camino. Como en un capullo.


Este Francisco Eduardo Andrade Jaramillo
tiene ya patentada el arca transparente
de los sueños de cristal consolidados:


Se sumerge en las fuentes mansas de la Creación.
Se nos entrega,
como un emblema de veracidad. Inconfundible.
Aprisionando levemente
                 la inmensa eternidad,
en su tránsito habitual / de dimensiones nuevas.





Alfredo Jaramillo Andrade
Loja, 22/12/18


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